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1037 Fenceline Road

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Mensaje  Amèlie Alain Vie Jul 31, 2009 11:21 pm

1037 Fenceline Road, apartada de la civilización y rodeada de mansiones medio derruidas; olvidadas por el tiempo y sus fallecidos dueños.

La recibida es un descuidado jardín, antaño espléndido y vigoroso, ahora seco, en el que las plantas aromáticas traídas de exóticos lugares, los setos bien podados, el invernadero; no son más que leña y rastrojos, cubierto en su mayoría de mala hierba.
Sólo un pequeño cuadrante permanece como si el tiempo no hubiera pasado por él, con un majestuoso sauce llorón que parece derramar lágrimas al ver el estado de la casa, y unos geranios cuidados con esmero. Junto a la seca fuente, es lo único que Amèlie ha sabido recuperar.

Más allá del jardín se alza la mansión. Majestuosa, elegante, a pesar de estar cubierta de enredaderas y de que se note a la legua la ausencia de caídos ladrillos en la fachada. Es grande, enorme más bien, y para muchos sería perfecta para rodar una película de miedo.
Pero Amèlie y su abuela viven a gusto ahí, a pesar de que sólo utilizan tres habitaciones de las trece que hay.

El recibidor es largo, de techos altos, rojizo, apenas decorado, y permite llegar a todos las habitáculos.

La habitación de Amèlie es pequeña pero bastante acogedora dadas las circunstancias. La eligió ella misma tiempo atrás, cuando era niña. Tiene un pequeño balcón con vistas al jardín y a su sauce. Por las noches le gusta sentarse ahí a disfrutar del fresco y de los grillos.
Es monocromática, con paredes amarillas, edredón amarillo, almohadas amarillas, estanterías de madera de pino y una mesa del mismo tono. Las estanterías están repletas de libros ordenados por altura, anchura y color y algunos peluches de toda su vida.
Todo está perfectamente ordenado, ya que a Amèlie le gusta saber exactamente dónde está cada cosa, quizá porque le da autonomía y una superioridad de la que en la vida está muy falta. En cada detalle se nota perfectamente lo perfeccionista que es, desde la ropa en sus cajones planchada meticulosamente hasta en la posición de la silla (también amarilla), colocada justo delante del escritorio.

Por el contrario, la cocina es un desastre, quizá por ser el lugar donde su abuela, opuesta a ella en todos los sentidos, pasa la mayoría de las horas. La amplia mesa, lo menos para diez personas, siempre manchada, la lavadora y la nevera llenas de manchurrones poco elegantes, y en los cajones no hay manera de encontrar nunca nada. Por esa razón y porque cada vez que entra se ve obligada a asaltar la nevera, Amèlie no se pasa a menudo por ahí.

El resto de habitaciones, incluído el gigantesco, oscuro y algo tétrico comedor, están decorados a la antigua, de forma elegante pero para ahora demasiado sobrecargados.

Amèlie Alain
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Mensaje  Amèlie Alain Sáb Ago 01, 2009 12:26 am

Tras atravesar el jardín y el recibidor a toda prisa, aunque procurando hacer el menor ruido posible, cosa que no le es complicada ya que está acostumbrada a ello, irrumpe en su cuarto y se echa sobre la cama tal cuál está.

Tiembla, y no sólo de frío. El corazón le palpita con fuerza, la cara le arde. Está nerviosa, y es que tantas emociones en un día no son buenas para ella.
Un susto tras otro, una preocupación tras otra...
Primero, Dita, una chica simpática y hermosa, de esas a las que siempre ha deseado parecerse, la saluda. Después aparece un muchacho sonriente que se acerca sin malas intenciones y se quedan solos. Ella, como no podía ser de otra manera, hace el ridículo. Y por último, el susto nocturno, el conocer a Arlene, la ruptura de su fingida seguridad al leer su tatuaje...

Entierra la cabeza bajo las sábanas y respira hondo varias veces, acunándose, como cuando era pequeña y se despertada tras una pesadilla. Y cómo no había nadie para ayudarla, para hacerla regresar dulcemente a su sueño, se acunaba sola enterrando la cabeza entre las mantas, tal cómo acaba de hacer ahora. No ha logrado quitarse la manía.

Sin darse cuenta, se va calmando poco a poco, hasta que se queda dormida, sin cambiarse, con las sandalias y todo.

________________________________________________________________________________

La luz acaricia sus párpados. Como todas las mañanas, es inicialmente una sensación agradable que termina en molestia. Abre sus enormes ojos poco a poco y parpadea varias veces. Mueve una mano instintivamente hacia la mesilla de noche en busca de las gafas, colocándoselas para centrar la vista. Parpadea de nuevo, bosteza y se endereza. Se estira como una gatita perezosa, ya tranquila y más despejada.

El estómago le ruge, señal de que es pasado medio día, tiene hambre. Se pone en pie y comienza a andar, torpemente. Cuando llega al cuarto de baño se mesa los cabellos castaños, algo ida, sin mucha dedicación. Se pega una ducha, se cambia. Sale y saluda cariñosamente a su abuela, haciendo caso omiso a sus palabras hirientes sobre si son horas de levantarse y sobre si no vale nada, si nunca hace nada. Está acostumbrada, y sabe que no lo hace por mal, no puede evitarlo. Se lava los dientes. A pesar de los rugidos no desayuna, está a dieta de nuevo.

Después va a por el bolso, dispuesta a salir un rato. Como siempre lo revisa primero, llaves por aquí, funda de gafas por acá, su libretita de dibujo, un paquete de clínex, una compresa sólo por si acaso, el móvil... El móvil. No está.

Abre mucho los ojos, asombrada. No puede ser. No ha podido perderlo. Rebusca en el bolso, lo vacía y lo vuelve a meter todo, buscándolo. Pero no aparece. Empieza a morderse las uñas, nerviosa, pensando el recorrido que llevó en el día anterior.
Y sin poder evitarlo, sin mala fe alguna, piensa en Arlene. Intenta apartarla de la mente, recordándose de que no hay que juzgar a las personas por el exterior, porque en su caso es lo que hacen habitualmente y le duele. Sabe que no es correcto, pero por otra parte parecía tan simple... Sale en mitad de la noche, finge un tropezón y ¡ZAS! Móvil fuera.

Se muerde el labio con angustia. Sea como sea ya lo ha perdido, así que no tiene porqué echar las culpas a nadie, y menos sin prueba alguna.
Sin nada mejor que hacer y queriendo despistar a la mente para que deje de realizar juicios probablemente injustos, sale de ahí.

Amèlie Alain
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